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EL MIEDO A LA LIBERTAD

  • Foto del escritor: La Otra Orilla
    La Otra Orilla
  • 29 ene 2022
  • 4 Min. de lectura

Para entender algo de lo que está ocurriendo últimamente, durante este este periodo que bien podríamos designar como “el gran desvarío universal”, una vez más, como en muchos otros momentos difíciles debemos recurrir a ese gran libro de sabiduría que es la Biblia.

No en vano, la palabra biblia hunde sus raíces etimológicas en la antigua ciudad de Biblos, de ahí derivan las palabras biblioteca, bibliófilo, ya que fue la primera ciudad en que se elaboró eso que hoy llamamos libros, por tanto la biblia es EL LIBRO por antonomasia.

Debemos remontarnos a quince siglos antes del comienzo de nuestra era, o sea unos 3.500 años atrás, cuando Moisés redactó los cinco libros del Pentateuco, para quedarnos alucinados de la precisión con que son descritos los orígenes familiares, los lugares, hechos, actitudes humanas, las normas de convivencia, de impartir justicia, incluso los derechos hereditarios, y normas sobre el crédito, el préstamo, la fianza, la prenda, etc. Estamos hablando de una etapa histórica, en que toda Europa se hallaba en la pre-historia; cuando nuestro continente no contaba con ningún lenguaje escrito y que quince siglos después, en el S.I de la era cristiana, todavía faltarían cientos de años hasta que las tribus germánicas, y no digamos las bálticas, llegasen a poseer un alfabeto, así como unas reglas ortográficas y dejasen de vivir en chozas con techumbre de brezo entrelazado.

Con este breve, pero ineludible, preámbulo retrocedamos a los tiempos de Moisés, y si aún no nos hemos atrevido a enfrentarnos con la lectura completa de la Biblía, al menos visualicemos de nuevo esas escenas de la película “Los diez Mandamientos”, en las que Moisés ha subido al monte Sinaí para recibir las palabras de Jehová, y al regresar al campamento tras los días de permanencia en la cumbre, se encuentra con que todos los que debían esperarle alabando y agradeciendo a Dios el haber sido sacados de Egipto, el haberles apartado de la esclavitud para conducirles a una nueva tierra donde vivir como seres libres, han construido un becerro de oro,(facsímil del dios egipcio Ibis, protector del ganado), al que adoran, y se hallan enfebrecidos en cánticos y danzas , al más puro estilo de lo que hacían sus opresores. Clara evidencia de que ellos habían salido de Egipto, pero la cultura pagana egipcia todavía no había salido de aquellos israelitas.

Hasta el punto de que Aarón, el hermano de Moisés que tanto le había ayudado para hablar con el Faraón, cede ante la presión de los acampados y elige la opción sumisa y comodona de complacer a los colegas. Mas tan pronto como Moisés le pide explicaciones, él intenta disculparse, diciendo:—Yo les pregunté quién tenía oro, me lo dieron, lo eché al fuego y “salió este becerro”.

Aquí nos encontramos, viendo la actitud de los israelitas con el primer documento histórico sobre el MIEDO A LA LIBERTAD, ¿Existe el miedo a la libertad ? Posiblemente, junto con el temor a la enfermedad y a la muerte, ésta sea una de las formas del miedo más enraizadas en el ser humano.

Los israelitas durante el largo periodo que duró su cautividad en Egipto, algo más de cuatro siglos, se quejaban, renegaban de su suerte, se sentían humillados, oprimidos, pero era una realidad conocida y, por desgracia para ellos, en gran medida largamente asumida. Ahora en el desierto la incógnita de adentrarse en lo desconocido les abruma, les sobrecoge. No confían en Dios lo suficiente, y en ellos mismos todavía menos, se comportan como niños inmaduros que en cuanto abandonan la casa familiar echan en falta la sopita que les hacia su madre, y no saben afrontar los inconvenientes y consecuencias de sus propias decisiones.

En el libro del Exodo podemos apreciar nítidamente que apenas comienzan avanzar por la senda de la libertad, empiezan a echar de menos la esclavitud asegurada, el camino hacia la libertad les genera incertidumbres.

El castigo para esa generación descreída, desconfiada y cargada de dudas fue peregrinar por el desierto, sin llegar a habitar la tierra prometida.

Pensemos si cada uno de nosotros, mientras decimos que confiamos en Dios, no estamos a la vez adorando becerros de oro, viviendo, haciendo y festejando como los egipcios. Reflexionemos qué tipo de existencia queremos para nuestros hijos, si una vida en libertad ,o bien la felicidad ficticia de agachar la cabeza a cambio de un plato de comida y ropa de marca, y eduquémosles en consecuencia, a sabiendas que si elegimos trasmitirles la fe y el temor de Dios, el camino será duro y no faltarán los escollos, como ocurrió en el desierto, pero al final siempre nos esperará LA TIERRA PROMETIDA.

Cada vez que nos callamos ante el desvarío, ante la injusticia, ante la blasfemia, ante la decadencia moral, para mimetizarnos con el ambiente que nos rodea, estamos repitiendo la postura cobarde de Aarón, al echar el oro al fuego para que “saliese” un becerro, pues ni siquiera tuvo la gallardía de reconocer que fue él quien facilitó que el ídolo egipcio fuese esculpido.

Vigilemos por pues, no sea que el miedo a seguir la senda recta y la falta de confianza en Dios nos impida hacer de nuestra vida una buena carrera


 
 
 

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